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Trenes de Europa de Este: retrasos y aventuras (Interrail, 4)

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Quejarse de la Renfe ha sido deporte nacional durante mucho tiempo. Pero amigos, desengañaros, nuestro servicio ferroviario es el auténtico paraíso. Al menos, esa es la sensación que se  te queda recorrer miles de kilómetros en trenes de Europa del Este. ¿Os imagináis pagar por un trayecto nocturno y tener que dormir en el pasillo? ¿O comprobar que de repente han desenganchado la locomotora y ver que tu vagón se queda parado en la nada durante seis horas? Estas y otras anécdotas fueron la sal y pimienta de nuestro viaje y obligan a dedicarles un capítulo aparte.

Vayamos por partes. En primer lugar, el Interrail no siempre sale rentable. Si tienes más de 26 años -sí, ya no soy joven- el billete es más caro que  la mayoría de los trayectos por separado. Os aconsejo echarle un vistazo antes. Nuestro primer tren fue el nocturno PragaVarsovia, muy tranquilo y apacible. Nos costó unos 60 euros por persona y pudimos dormir bien. Según avanzó nuestra aventura supimos que era una broma del destino para que nos confiáramos. De Varsovia a Cracovia hay muchísimas combinaciones, por sólo unos 8 pavos. El único inconveniente es averiguar a qué hora sale el próximo preguntando a un taquillero que no hable inglés (¿95% de ellos?). Fue en la ciudad del sur de Polonia donde empezaron nuestros problemas.

Consejo importantísimo: jamás te montes en un tren polaco sin reserva de plaza. En muchos de estos países, comprar el billete te da derecho a montarte en el tren, pero no a tener un asiento. Nosotros, muy torpemente, compramos el ticket de Cracovia a Budapest (70 euros) a pesar de que el taquillero (que sabía inglés, pero lo utilizaba para hacer el mal) nos dijo que no tendríamos reserva. Preferimos ir sin plaza antes que estar más días en esa ciudad, pensando, en todo momento, que habría sitios para sentarse. Error gravísimo. El tren iba totalmente lleno, ya que ambas ciudades son lugar de peregrinaje mochilero durante el verano. Así que pasamos ocho horas apilados en el pasillo junto con otros pringaos que cometieron nuestra misma torpeza.  Antes de veros en una situación así, considerad el autobús como una opción. Creo que valía unos 20 euros. Por las dos primeras fotos, os podéis hacer una idea de lo divertida que fue esa noche.

De Budapest emprendimos viaje nocturno a Belgrado. Oh, los trenes serbios. Ahí la cosa se pone más que graciosa. Son muy baratos (éste, menos de 20 € por persona) pero imprevisibles. Se supone que salía a las 11 de la noche. Nos montamos. Pero no salía. Tardó dos horas más de lo previsto en arrancar. A la larga, comprobamos que  sería el más puntual de la zona. De la que fuera capital de la antigua Yugoslavia fuimos a Cluj-Napoca, en el norte de Rumanía. El tren salió según lo previsto, pero tras 10 minutos de marcha se paró en un precioso polígono comunista durante una hora. Luego nos fue obsequiando con larguísimas y absurdas paradas en pueblos de ¿10 habitantes?.

Los trenes rumanos están bastante bien, y sus retrasos son más razonables (entre 15 y 45 minutos). Tras estar un día en los Maramures, viajamos a Sighisoara, luego a Brasov (con excursiones a sus alrededores) y terminamos en Bucarest (prometo post de la tierra de Drácula). El trayecto más caro (Brasov-Bucarest) nos costó 12 euros, y los demás valían menos. Muy recomendable.

La locura absoluta llegó con el último de los viajes, Bucarest- Estambul (unos 50 euros, con cama). De entrada, duraba 18 horas, por lo que se preveía duro. Fue peor. Nos montamos a las 12.30 de la mañana, y la idea era llegar a la ciudad turca a las 8.30 del día siguiente. Ja, ja, ja, risas. Sobre las 22.30, paramos en Dimitrovgrad, Bulgaria. Desengancharon nuestro vagón de la máquina y nos dijeron que teníamos que esperar a una locomotora que venía de Belgrado. ¡Tardó 6 horas! Un tiempo en el que no nos movimos de la estación, ya que los alrededores no eran nada friendlies. No teníamos dinero búlgaro, hacía un calor infernal y el tren no tenía aire acondicionado. Aquí, foto de la vista que contemplamos hasta las 4.30 de la mañana.

Sobre las 7 de la mañana llegamos a la frontera turca. Allí te obligan a bajarte del tren y hacer cola para sellar el pasaporte. Los españoles tenemos que comprar un visado que vale 15 pavetes. Por algún motivo, los gabachos entran gratis (¿qué estás haciendo mal, José Luis?). Una vez en Turquía, nos paran en otra estación y nos explican que la vía está cortada porque se ha derrumbado un túnel. Nos bajan del tren y nos suben a un bus. ¡Arg! Resultado: llegamos a Estambul a las 13.00, cinco horas después de los previsto. Viva y bravo.

Al menos, nuestro compartimento de seis camas fue divertido. Compartimos viaje con un holandés curtido (al fondo), un rumano bizco y muy simpático (primer plano) y un gordo que se tiraba pedos todo el rato (no sale en la foto):

Post relacionado: ventajas de viajar en tren


Archivado en: Viajes Tagged: brasov, budapest, consejos, cracovia, estambul, europa del este, interrail, polonia, reserva de plaza, rumania, sighisoara, timo, tren, trenes, viaje

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